martes, 20 de julio de 2010

Vacaciones por San Vicente

Me gusta Cantabria y todo el litoral, desde Hondarribia a Finisterre, y la cordillera, con sus pueblos y sus montes, y sus pequeños puertos pesqueros con sus colores, y su verde, sobre todo su verde.

La Mancha, al margen de sus muchos méritos, es un secarral, y cuando se acerca el verano la sensación física de ahogarse acrecienta. Todo se quema, el paisaje se torna amarillo y marrón, y el aire se reseca y asfixia.

Así que en verano nos vamos al norte, este año a San Vicente de la Barquera, bonito pueblo, antaño pesquero, ahora más turístico que otra cosa. Aun así, hay bastantes barcos en la bahía, y no son todos de placer.

Lo llama bonito, y lo es. De hecho fui allí la primera vez porque lo había visto con cierta frecuencia desde la vieja carretera, por la que uno se acerca en bajada, y de repente ve el puente que tiene que cruzar, el colorido de las múltiples y variopintas embarcaciones, y al fondo los portales del centro y el castillo y la iglesia en lo alto. Esta vista se me quedó en el recuerdo y por eso hemos ido a San Vicente.

Pasearse por el puerto, subir al castillo y el pueblo antiguo, contemplar las vistas que ofrecen las murallas de toda la ría, y cenar en el Boga Boga (marisco fresquísimo y exquisito, y algo más barato que antes), son cosas obvias que hará cualquiera que se encuentre allí dueño de su tiempo. Como también acercarse a la playa, una cinta de arena de tres kms de largo, y de ancho suficiente para que quepa todo el mundo, incluso con marea alta. Se juega a la pala, naturalmente, se nada, se toma el sol, se juega al voleiplaya, se practica el surf, se corre, se come, y se hace lo que a cada uno le da la gana.

Pero además de la belleza del sitio, está su ubicación. Está a un paso de Llanes, de Comillas, de Santillana, de un montón de calas y ensenadas donde uno puede estar prácticamente solo, y que son mucho más bonitas que las típicas playas del mediterráneo. Un poco más lejos está Santander, Covadonga, Cangas de Onís, Ribadesella, y por supuesto los Picos de Europa.

Subir por el desfiladero de la Hermida- la única forma de llegar, realmente- hasta Potes, es ver la belleza de la montaña de otra manera. Siempre en una carretera estrecha, tallada materialmente en la roca que bordea el arroyo, con el agua al lado y techado de verde. Y desde Potes, otro pueblo de gran belleza, se llega, incluso andando, a Santa María de Piara, A Santo Toribio y sus ermitas satélites, y a toda la Liébana y los montes, a hacer escalada, o senderismo, o turismo artístico, o lo que quiera cada uno. A la gastronomía, si se quiere.

Esto ha sido un recorrido muy rápido por el entorno de San Vicente. Animo al lector a ir a conocerlo por sí mismo. Por cierto, escribo desde una conexión de esos de pirulo que se lleva en el bolsillo y se enchufa y va como el caballo del malo, así que es imposible compartir fotos de todo esto que cuento. Cuanto pueda, lo haré. Mientras tanto, felices vacaciones.

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