viernes, 21 de mayo de 2010

Craig Venter Crea Vida. Quizá.

El ADN se compone de cromosomas, y cada uno es una molécula, enorme y tremendamente complicada, pero al fin y al cabo una molécula, un compuesto químico, principalmente una larga cadena de ciertas proteínas y azúcares. ¿En teoría, me he preguntado de vez en cuando, no sería posible sintetizar estas moléculas? ¿Y qué pasaría entonces, con estos compuestos que se auto-reproducen y tienen instrucciones para convertirse a sí mismos en organismos vivos?

El ADN sintético- químicamente idéntico al natural, según hipótesis- ¿actuaría como debe, dividiéndose, replicándose, haciéndose vida? ¿Hasta vida superior, vida inteligente? ¿O le faltaría el fantasma, el homúnculo, el soplo divino, que nosotros no sabríamos darle?

Bueno, resulta que no soy el primero en hacerse estas preguntas. Craig Venter, uno de los pioneros en la secuenciación de genomas completos, no sólo lo ha pensado, sino que lo ha hecho. Ha sintetizado el ADN de una bacteria, lo ha metido en una célula vaciada, y ha visto como se divide y replica. Sin fantasma.

Está a un paso de crear vida en el laboratorio, partiendo de átomos.

Mucha gente va a ponerse a chillar, sin entender nada. Otros, que sí entienden, expondrán los problemas morales que les preocupan. Pero lo que más me interesa a mí es que se ha podido hacer. Y la ignorancia y superstición de unos no impedirán que se siga trabajando para saber dónde están los límites. La curiosidad e inteligencia pueden mucho más, y siempre ha sido así (aunque ha habido muchas víctimas). Hay que ver si se puede sintetizar ADN humano, y qué es lo que pasa. ¿Crearemos una persona, consciente, racional, imperfecta, humana? Lo lógico es que sí.

Habrá que llegar allí para conocer las respuestas. Y un día las conoceremos. Será la leche.

sábado, 15 de mayo de 2010

De La Nieve Soy

Frío claro, seco, con luz blanca, pura, y una capa gruesa de nieve que cubría todo. Así eran los días de su juventud. Los que más añoraba. Los que más le dolían cuando pensaba que no los volvería a ver. En algún lugar del mundo aún había días así. En su tierra, en aquel mismo momento, a lo mejor hacía un día así. Santos hubiera dado la poca vida que le quedaba por estar allí y vivir un día más de aquello. De los días de verdad. Pero le había tocado morir en una playa del Caribe con un calor asfixiante y un sol que quemaba y un cielo azul borroso que le cegaba la vista, y con los pulmones llenos de agua y arena y aire caliente.

“¿Hoy no lo toma con miel, Don Santos?”

“Pues no, Johnny, hoy no tengo ganas de adornos. Que venga solo y fresco.” Resopló de forma dramática, como quien justifica su elección mecánicamente.

“Como Dios lo hizo, Don Santos, y nada más.” El camarero hablaba por hablar. Santos no era un cliente más; habían compartido tanto tiempo y tantas experiencias dulces y amargas que tenía un tono especial para él, pero daba la razón a todos, dijeran lo que dijeran, y tenía el mismo interés en lo que tomaba Santos como éste había puesto en elegirlo. Los dos cumplían normas, hacían su papel.

Johnny llamaba de Don a todos los habituales de cierta edad. Cuanto mejor los conocía cuanto más formal el trato. Así se evitaban las confianzas y se cobraba mejor. Sólo dejaba a cuenta a los que siempre pagaban, y sólo invitaba cuando sabía que el cliente se iba a marchar irremediablemente. Era el mejor amigo de todos.

“Hace mucho calor, Johnny. Pronto tendré que irme a casa. no lo soporto.”

“¿No se baña, Don Santos? Doña Ana le llevaba al agua cuando se le ponía la cara así, y hacía muy bien. Por eso la tenemos aquí tan cerca.” Johnny siempre tenía vasos que limpiar, por muy vacío que estuviese el chiringuito, quizá por la forma tan lenta e intensa que tenía de pasar el trapo, y así no tuvo que mirarle a la cara a nadie salvo para recordar las deudas.

“No me gusta bañarme, Johnny. Nunca me ha gustado, lo hacía por ella.”

“Y le sentaba bien, Don Santos, no me diga que no.”

“Pero ya no es lo mismo, Johnny. ¿Para qué me quiero sentir bien?”

“Para no sentirse mal, tal vez. Mucha gente lo hace.”

Hacía treinta años que había conocido a Ana y se había enamorado. Locamente. Ella había insistido en que dejara de trabajar. Le importó poco a Santos. Tenía poca ambición. Pero Ana había querido ir a una playa caribeña, y vivir un verano interminable. Había perdido a sus padres y encontrado al amor de su vida, y tenía medios para realizar su sueño. Santos no tenía familia pero la idea de canjear Helsinki, a donde había llegado en su búsqueda del invierno perfecto, y donde estaba Ana de paso cuando se conocieron, por el calor eterno de este lugar tropical le repugnaba.

Aceptó, por amor, y a pesar de lo que sufrió no se arrepintió de hacerla feliz. Una vez al año, en enero o febrero, pasaban quince días en Canada o el norte de Europa, y una vez en los montes del Tíbet y Santos revivía mientras su mujer tiritaba, pero siempre volvieron a su casa de la playa, y a Santos no le importaba.

Pero hacía diez años que la salud de Ana no les dejaba viajar más que unos kilómetros hacia el interior hasta que la humedad y los mosquitos les paraban, y hacía cinco que Ana había fallecido, dejándole a su marido sólo en el mundo, con medios para ir a donde quisiera y un cuerpo desgastado que no se lo permitía.

“Hay amores que matan, Johnny, sabes que lo dicen en mi tierra. El sol la secó y el agua la mató. Con lo que amaba ambas cosas.”

“Perdone que lo diga, Don Santos, pero el agua le ahorró mucho sufrimiento. Hay que tenerlo en cuenta. Fue una bendición.” El camarero estaba restregando la otra punta de la barra, mirando el horizonte, y sus últimas palabras casi se las lleva la brisa.

“¿Lo comprendes, verdad, Johnny? Muchos no lo harían. Murió arropada por lo que más quería. Y no se enteró. Prometo que no. Mejor así, ¿verdad? Mejor así que tenerla y verla quedarse poco a poco en nada. Prefiero que fuera así.”

“Hace Vd. muy bien, Don Santos. No lo dude.”

“Pero no puedo volver al agua. Me hace pensar muchas cosas. Además, ya es tarde para que me socorra el agua. Me va a tocar esperar. Lo que Dios quiera.” También dirigió la vista hacia el mar, mirando sin ver.

“¿A qué estamos, Johnny? ¿Al 31?. Mañana, en alguna parte, comienza otro año. Aquí no. Aquí ya no cambia nada, ¿verdad?, Johnny. ¿Sabes que en mi tierra ahora está nevando, y sopla un viento del norte que te corta la cara? Qué tiempos.”

“Y ¿cuál es su tierra, Don Santos?”

“Soy del hielo, Johnny, de la nieve y el frío. Me crié entre peñas blancas y cielos tordos. El sol era una cosa que creábamos con el alma, y era más bonito que éste. El de aquí no se puede ni mirar. ¿Quién sabe si es bello o no? Sólo aflige.”

“A mucha gente le gusta, Don Santos. ¿Se ha fijado Vd?”

“Mucha gente sólo sabe sufrir, Johnny. Sólo sabe morir. Yo he sabido vivir, no lo olvides. Pero ahora soy viejo, Johnny. Viejo y débil, y no tiene remedio ya.”

“Todo esto, Don Santos, todo aquello, ¿ha merecido la pena?”

“Creo que sí, Johnny. Me gustaría creer que sí.”

viernes, 7 de mayo de 2010

De la Mierda

Un amigo me indica que Juan Caballero ha promulgado una ordenanza contra el ensuciamiento de los parques y aceras por parte de los dueños de perros. En principio estoy de acuerdo en que se debería exigir un mínimo de civismo a estas personas, lo mismo que a cualquiera.

Sin embargo, el método ideado por el concejal está copiado directamente de una mala novela de la guerra fria. Pretende- parece que ya lo ha comenzado a hacer- poner en acción a un grupo de 'inspectores', espías, de paisano, pagados por todos nosotros y con la función de informar, con detallada descripción, y porlo visto anónimamente, de los dueños que no recogen las cagadas de sus animales, para que- se supone- la policía local pueda actuar.

Si alguien lo niega a posteriori es difícil qué puede hacer el Ayuntamiento para defender la sanción que pretende imponer, pero además de esta dificultad práctica hay un problema moral mucho más importante: si queremos civismo tenemos que fomentar el civismo directamente, dando la cara, desnormalizando el abandono de mierda en la vía pública. Esto es lo que hace mi amigo, y encuentra respuestas muy variadas. Si no nos atrevemos a encrepar a los que ensucian la calle no nos merecemos calles limpias, y permitir al Ayuntamiento la creación de una red de informadores secretos es limitar nuestra propia libertad de una forma cobarde y absurda.

Si a èste le parece una solución digna de un estado libre, me alegro mucho de que no sea más que un concejal de pueblo. Si llega a tener poder de verdad estamos jodidos.

martes, 4 de mayo de 2010

La Voz Pasiva

Hoy se celebran elecciones en el Reino Unido. El resultado no está muy claro, y a lo mejor no lo está hasta pasados unos días, ya que, por primera vez en décadas, el partido con más escaños puede no tener mayoría absoluta. Esta es una situación muy poco habitual en mi tierra, y la historia sugiere que, aunque dos partidos lleguen a un acuerdo, aceptable al Parliamento, será inestable y habrá otra elección en un año aproximadamente.

Si se cumplen las encuestas- y todo hay que verlo, porque el voto popular general no se traduce en una distribución uniforme de votos, ya que, por ejemplo, en los escaños más reñidos la participación suele ser más alta, y los escaños tradicionalmente laboristas están, de forma desproporcionada, dentro de las grandes ciudades, y tienen menos votantes, así que los votos necesarios para elegir a un laborista son menos que los que necesita un conservador- todos buscarán formar alianza.

No seamos ingenuos; ya lo han hecho, pero los pactos de los líderes se activarán según el resultado final, según necesitan más o menos apoyo para llegar a la mayoría absoluta, y también los jefes de los partidos tendrán que convencer a sus diputados en número suficiente, coda nada fácil. Una cosa es que los jefes vendan nuestros votos pactando entre sí, y otra que convenzan a los que les pisan los talones para que hagan lo mismo.

Gordon Brown es un personaje lamentable, un completo inútil, un fracasado que llegó a ser primer ministro por otro pacto de esos sin que el pueblo pudiera pronunciarse, y que está, además, al borde de la locura. No sirve para ser líder de nada, nadie le seguiría a ninguna parte ni se dejaría convencer por ninguna idea u opinión que expresase.

Nick Clegg no ganará, por los Liberales nunca ganan, y hacerse LIbDem es decir al mundo que no quieres ganar.

David Cameron es joven, enérgico, y producto de un equipo de marketing. Si tiene ideas, si está dispuesto a hacer lo que hay que hacer, se guardo mucho de decirlo en público. Los sondeos dicen que ganará pero sin mayoría absoluta. Mal asunto. No nos gusta. Sin embargo, los mercados financieros apuesta por la victoria conservadora, formando gobierno en solitario. No se suelen equivocar, así que veremos, veremos.

Hoy mis compatriotas deciden a quién le dan permiso para robarles su dinero y decirles, bajo amenaza, lo que pueden y no pueden hacer. La política es un asco. Estaríamos nucho mejor si nos dejasen en paz, pero mientras tanta gente tiene sed de poder y dinero ajeno, podemos darnos por contentos que hayamos encontrado una forma de controlarles. Les podemos echar (los de Londres, por lo menos; lo de Bruselas es otro cantar), y eso es un lujo que muchas personas en el mundo no tienen.

Así que celebro la democracia, un sistema que, cuando funciona, controla bastante bien los impulsos rapinos de los que nos quieren mandar.