jueves, 8 de abril de 2010

De La Libertad

Al contrario que Santiago Carrillo, e incluso que muchos que se llaman demócratas, creo en la libertad. Por eso, no cuestiono su derecho a decir sandeces, ni el de El País a publicar lo que escupe. Sí cuestiono por qué un periódico serio da importancia a las salivaciónes senectas de este personaje, irrelevante hace décadas, y que, al decir verdad, nunca fue importante. Pero aquella es, al fin y al cabo, una decisión comercial de una empresa privada, y no discuto su derecho a tomarla.

La respuesta democrática, y se podría decir, libre y humana, ante una opinión que no compartimos, incluso que nos parece peligrosa, no es prohibirla, ni callar a quien la tiene por la fuerza, sino exponer sus errores, y las opiniones propias. Así que hable Vd. Sr. Carrillo, pero aquí estoy, estamos muchos, para recordar a los que se puede sentir tentados por sus ideas, en qué consiste realmente su filosofía política, y por qué sigue siendo un peligro real.

Las ideas que promociona Carrillo no son las chocheces de cuatro viejos gilipollas agitando una bandera; no pertenece solamente a un pasado vergonzoso: lo que defienden sigue matando a gente y destrozando millones de vidas en diversas partes del mundo.

El comunismo en sus muchas formas- cada tirano se crea una nueva- es, como sistema económico, un completo desastre, llevando inevitablemente a las sociedades obligadas a practicarla, a la pobreza individual y la ruina nacional. Esto se ha demostrado muchas veces en la teoría y en la práctica. Nunca ninguna sociedad comunista ha tenido una economía sana, ni ha aumentado su prosperidad. Siempre han ido en declive, y por razones que no son difíciles de entender. Esto es, por sí solo, suficiente para tildar a sus simpatizantes de necios que desprecian la libertad y la comodidad de sus congéneres.

Sin embargo, en lo social, el comunismo- llámese Marxismo-Leninismo-Trotskistmo-Castrismo-Juche-Revoluciónpopularismo o lo que se quiera- es incluso más desastroso. A pesar de nacer- nos dicen los cabecillas de las revoluciones- de la expresión de un sentir popular, resulta que la gente no lo quiere, y sólo puede existir si unos cuantos déspotas violentos, amantes del poder y la sangre ajena, se auto-eligen como élite, para imponer, con amenazas, bombas, balas y navajas, su reinado, sobre una inmensa mayoría que no lo quiere, y encima esa mayoría, esa masa popular, esos trabajadores cuya libertad es la excusa para la dictadura de los tiranos, se ven obligados a aceptar, bajo amenaza de muerte, que su voluntad es lo que los mandan los tiranos, y no lo que ellos desean.

Esto sigue pasando, Sr. Carrillo, y mientras Vd. y sus secuaces siguen haciendo apología de dictadores asesinos, no se borrará esta abominación de la faz de la tierra.

Así que respeto su derecho a opinar, Sr. Carrillo, porque ese derecho está muy por encima de Vd. y de mí. Pero a su persona vetusta, que la respete su señora madre- a mí me la sopla.

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