Es una curiosidad, esta vía verde nuestra. La vía del tren era de todos, ya que Renfe es empresa pública, pero no es normal que un bien- sea terreno, edificios, empresas, dinero o poder- sea devuelto a sus verdaderos dueños cuando los que se creen que es suyo hayan terminado de usarlo. Pero esto es lo que ha pasado con el comienzo de la vieja vía de Puertollano, fue puesta a disposición de sus dueños, o por lo menos, de aquellos que viven cerca y disfrutan de un paseo por el campo.
Y son muchos. Cualquier mañana te cruzas con gente, y en un domingo que haga bueno aquello se convierte en
Y allí está todo el mundo, pero lo que es todo el mundo. Viejetes entrajetados se compran zapatillas y dan pasos tambaleantes con ayuda de un bastan porque el médico ha dicho que así bajan el azúcar. Señoras muy señoras entradas en años se compran un chándal de color y se dejan ver por allí porque con la crisis no tienen para pasar la mañana en la pelu y además así lucen el MP3 que les han regalado.
Sudamericanas preocupadas por el ancho de sus caderas, musulmanas gordas con velo que quieren bajar la tensión sanguínea, chinos jóvenes andando rápido, charlando de manera animada entre sí, rusos y rumanos practicando un footing bastante serio mientras hablan de cualquier cosa que se les ocurra. Grupos inverosímiles de jóvenes que salen juntos, cuando es obvio que la mayoría no ha corrido en su vida. Parejas en las que la chica ha convencido al chico para que le acompañe, para evitar el aburrimiento o para que se cuide un poco, o el chico ha animado a la chica y ahora se arrepiente viendo como arrastra los pies y no le deja coger ritmo. Parejas de mujeres de cierta edad en animado e interminable cotilleo, siseando con cabezas inclinadas hacia sí detalles de la vida de una lista aparentemente inagotable de familiares, conocidos y personajillos de televisión. Gran seriedad en su andar y en su hablar.
Los hay que son todo codos, o todo rodillas, o todo tobillos, los que echan los pies hacia los lados de forma irregular y peligrosa, los que lanzan esputo con cada paso que dan, los que se ponen rojos como tomates en cuanto empiezan a correr, sus camisetas chorreando sudor que comparten generosamente con todo el que pasa a su lado.
Dicen que correr despeja la mente porque es imposible preocuparse por nada mientras corres, y ves las cosas con claridad y ecuanimidad. Esto no es del todo cierto, dado que la preocupación principal que tiene el corredor es cuándo le va a dar el infarto. Pero aparte de esto, se puede buscar un estado zen en el constante batir de los pies en el suelo, y el rugido de la sangre en los oídos.
No faltan caminos por aquí. El caminante puede ir casi a cualquier parte, cualquier pueblo, pedanía, cortijo, monumento, río, cerro o valle por caminos, sin pisar el asfalto. La red de sendas que ha existido desde siempre ha sido en gran parte expropiado por el gobierno y engullido por el automóvil, pero queda lo suficiente para que el paseante disfrute del paisaje. Ni siquiera es la vía verde la única antigua vía de tren por aquí que sigue siendo camino público. En 1931 desviaron la vía vieja para que pasara al este de la ciudad en vez de al oeste. Entraba por lo que ahora es el parque de Gasset, (la vieja estación sigue allí. Iban a hacer un museo del ferrocarril en la provincia, pero alguien cambió de idea. La usan los jardineros para guardar sus herramientas. Una pena. Y han hecho un museo del Quijote, una solemne estupidez, pero por lo visto atrae a los turistas. Serán los viejetes que llevan por allí en autobús y pastorean como ganado. No creo que vean nada ni les importa, pero mientras pagan…) seguía
A partir de
Pero donde se ve a todo el mundo es en la vía verde. Entre las muchas categorías y tipos de viaverdista hay varias maneras de dividirlos a grandes rasgos en dos clases principales: se puede contratar los que andan con los que corren; los que están en forma, o aspiran a ello, con los que sólo pretenden no engordar más o no morirse pronto; los que van solos y a su aire, con los cascos puestos y la vista fija en el horizonte, de los que lo conciben como acto social, a realizarse forzosamente en grupo; a los que motivan y se motivan de los que reciben motivación, a veces a pesar suyo; y, y es una distinción importante, los que llegan hasta el puente con los que van más allá. Más allá del puente es otro mundo, con otra gente, otra fauna.
Hasta el puente sólo se ve el puente. No sólo sirve como meta al víaverdista de esta clase, también es un límite, un gran cierre que cruza el horizonte cada vez menos lejano y limita el camino, el mundo y la imaginación del caminante. Llegado al límite, se para. ¿Cómo no, si es el fin?
Pero el que es capaz de concebir algo más allá de los límites sigue andando o corriendo, pasa debajo del puente, rompe el muro, y de repente no tiene límites, el mundo se abre ante él cual alfombra de esas que tiras de un lado del rollo y se van al quinto pino cubriendo el suelo para que ande alguna actriz o politicucho sin riesgo de que se le confunda con una persona cualquiera.
En fin, que más allá del puente se puede andar o correr sin metas, sin límites, se puede inventar otras formas de ver el mundo y de hacer ejercicio, se puede llegar al río, al aeropuerto, a varios pueblos, a algún cerro, y divagar por kilómetros y kilómetros de caminos, de cultivos, de terrenos, de tierras, de vistas y cortijos. De posibilidades, es decir, hasta que el cuerpo y la mente no puedan más.
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