Enfrente de Atocha está el museo de antropología, o etnografía, como se llamaba cuando se fundó.
Nació de la imaginación y el trabajo de pedro González velasco, un médico del siglo 19, quien construyó un edificio para exponer sus colecciones privadas. Se arruinó, a pesar del apoyo de Alfonso XIII, y cuando murió, su mujer lo vendió todo al gobierno. Una parte de la colección original se ha devuelto al museo, el resto son aumentos posteriores.
La sala del fundador contiene el esqueleto y un vaciado del cuerpo de un gigante de Extremadura, un acromegálico que compró antes de que muriera. Hay una momia guanche de edad sin precisar, esqueletos de simios, esculturas de diferentes tipos de humano africano y asiático, y una colección de cráneos, la mayoría con alguna patología interesante.
El resto del museo, tres pisos, trata mayormente del mundo de influencia española, y sobre todo consiste en objetos religiosos y culturales. En general hay cierta falta de contextualización, pero hay muchas piezas, variadas, poco habituales y de gran interés, no la típica repetición de trozos amorfos de acero y barro.
Hay una sala entera dedicada a Filipinas, con herramientas, instrumentos musicales, ropa, objetos religiosos, casi todos ilustrando lo que tenían que ilustrar. Una sala con objetos de Asia relacionadas con el Budismo, el Hinduismo y el Islam.
En otras plantas hay objetos de África y América, sorprendentes e instructivos.
En fin, merece una hora o dos del tiempo de cualquiera que este cerca y tenga curiosidad sobre su propia especie.
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