viernes, 27 de noviembre de 2009

Advocatus Domini Mei

Subido a la torre de su iglesia, Damián contempló la ciudad a sus pies y la tierra que se perdía en la lejanía hasta llegar al borde del mundo. Le interesaba el mundo que habitaba, con toda su belleza y su fealdad, pero le importaba poco. Su destino era el cielo. Era azul aquel día, casi blanco. Por eso subía allí cuando hacía bueno, para estar más cerca. No se creía, cuando lo pensaba a fondo, que estuviera más a la vista de Dios allí que abajo, no se creía que Dios le haría más caso por subir unas escalones, pero dar ciento trece pasos verticales para hablar con Dios cuando no tenía que hacerlo era una expresión más de su bondad, una prueba muy inmediata. Sí se imaginaba que le era más fácil centrarse en la tarea de enseñarle a Dios todo lo que hacía por Él, adelantándose al momento final, y evitando la necesidad de defender sus actos. Estaba dispuesto, incluso preparado, para responder a críticas cuando estuvieran cara a cara, pero era consciente de que le faltaba aún la perfección, y agradecía que el señor no tuviera turno de réplica.

...


Había ensayado tantas veces las frases que le salieron como quiso, a pesar de su pavor y estupor, a pesar de lo inesperado del ataque de Dios, a pesar de no saber a quién dirigirse, a

pesar de no manejar su cuerpo para hacer los gestos que había planeado. Sabía que había comenzado bien. Y volvió a sentir el pensamiento de Dios:

NO ME HAS AMADO

HAS DESPRECIADO MI CREACIÓN HAS ABORRECIDO MIS CRIATURAS EGOCÉNTRICO Y MISERABLE NO TE CONOZCO

“Señor, soy tu siervo fiel, tu hijo Damián que te ha servido toda la vida. Te he amado más que a mi mismo, sólo he buscado a ti. He renunciado a todos los placeres de la vida por tu causa. He hecho siempre lo que tú deseabas. He seguido en todo los doctos y los santos y lo que tú has puesto en mi corazón.” Y volvió a sentir:

NO ME HAS AMADO


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